domingo, 12 de julio de 2020

Sin rencor y otras yerbas

Tulipanes en la Patagonia argentina.

Hace unos días vi "Amor, deseo y tulipanes", película ambientada en Amsterdam en el año 1636 que me proporcionó una muy grata sorpresa al regalarme un desenlace que yo realmente no esperaba. El director me mostró  un modelo de vida que ya casi no creemos posible.  Esta novedad puedo ponerla de la mano de un episodio que viví recientemente y que, como suele ocurrir con varias de mis experiencias profundas, fue muy intensa, en este caso porque involucró mi cuerpo físico. Es posible que el relato se ponga muy intimista y es que no podría relatarlo de otra manera. Tampoco tendría sentido.

El viernes 3 de julio al mediodía me sentí extraña y supuse que estaba con la presión alta. Luego de comprobarlo, dejé el almuerzo para después y me dirigí al hospital del lugar donde vivo. Una hora y media más tarde me atendió un médico de guardia, que me dio una pastillita para tomar y me mandó  a hacer los análisis de laboratorio de rutina. Hay una cosa que se llama  intuición y que en este tiempo de aislamiento se me ha desarrollado bastante  más. ¿A cuento de qué viene este detalle? Pues a que apenas vi la pastillita que me ofrecía el médico, algo hizo ruido en mí, lo suficiente como para preguntarle qué era eso que me estaba ofreciendo. "Son varias cosas para la presión", contestó y mi interior se alborotó un poco más. Sin embargo, no continué indagando -primera lección-y me la tomé. Luego fui a cumplir con los requisitos de laboratorio y mientras hacía tiempo antes de recoger los resultados, decidí darle lugar a mi almuerzo, que más bien fue merienda, mientras conversaba con mi hermana que vive en Bariloche, que me daba alguna información sobre lo que la biodecodificación dice respecto a la presión alta. Los minutos se desplegaron con calma y cuando tuve los resultados y ya había pasado un tiempo razonable para volver a controlarme la presión, retorné a la guardia y esta vez me atendió una médica a la que le agradecí su buena onda y su humor. Con el ánimo en óptimo estado, pues la presión se había normalizado y los resultados daban bien, salí de allí a las cinco y media de la tarde aproximadamente y caminé hasta mi casa (unas 20 cuadras) haciendo algún alto para comprar alguna cosita. 

Horas después, ya de noche, de pronto me sentí mareada. El mareo se tornó en desmayos varios y otras cosas. En primer lugar, intenté comunicarme con dos vecinas y al no poder ubicarlas lo primero que se me ocurrió fue llamar al 107, servicio de Emergencias del municipio donde vivo. Hablando a media voz, le expliqué al señor que me atendió que necesitaba ayuda por tal y cual cosa. Del otro lado salió una extraña devolución: "¿Usted tiene alguna obra social?" Tengo PAMI pero no sé cuál es el número. "Tiene que llamar a su obra social: el 138".  En estado de perplejidad emocional ante su respuesta, y sin perder tiempo, llamé al número indicado donde me atendió una grabación cuyo final nunca llegué a disfrutar. Decidí regresar al 107, sólo para encontrarme con una respuesta similar: esta vez me indicaba  el número 139. Le pedí por favor que me ayudara, pues literalmente me sentía morir. Su postura no se modificó: "Tiene que llamar a su obra social, señora". Sin intentar comprender qué estaba pasando, marqué el número, sólo para obtener el mismo resultado: grabación interminable. Fue entonces cuando me vino la inspiración divina (es coherente llamarla así), que rápidamente se tornó en  solución: un primo que vive cerca y que fue como si hubiera estado esperando el llamado, pues el teléfono  creo que sólo llegó a hacer un ring y su voz ya estaba allí. A los cinco minutos, o menos, mi primo estaba buscándome y llevándome al hospital, donde por supuesto quedé internada, hasta las tres de la tarde del día siguiente, cuando me dieron el alta -  pues todos los estudios (laboratorio, placas, tomografía) daban buenos resultados-  con las siguientes palabras: "Esto no tiene por qué volver a ocurrir".

Es necesario comentar que  cuando quedé hospitalizada y expliqué que por la tarde había sido atendida en la guardia y qué tipo de pastillita se me había proporcionado, un médico dijo a otro "Le dio un compuesto" y a continuación  me preguntó si quien me había atendido era .... (mencionó un rasgo físico). Dije que sí y aporté algo más. Todo me hizo pensar que alguien ya estaba siendo observado.

Este cuentito lo escribo porque sólo así se puede entender lo que vino después, que es mi experiencia personal más allá de lo anecdótico.  En otro momento, mi actitud, luego de recuperarme o quizás antes, habría sido la de avanzar en la denuncia, formal o informal, contra el médico que me mandó de la presión alta a la presión de subsuelo y contra el hombre que atendió el 107, al que en esos momentos sólo pude referirme como un salvaje. Sin embargo, en esta oportunidad (sí, OPORTUNIDAD), mi sentir fue bien distinto. Con inmenso asombro vi que mi corazón -físico y energético- se había suavizado y que mi fuego ariano parecía haber encontrado la calma. Esto tiene mucho sentido, porque es lo que vengo pidiendo desde hace  tiempo cada vez que me observo reaccionando con cierta furia ante situaciones que sólo me sirven para hacer salir un enojo que quién sabe de dónde y cuándo proviene. Es esa furia que observo también en tantas personas -el facebook es perfecto escenario para esto- como si fuera la catarsis de miles de años que la humanidad está realizando en estos tiempos.

(BANKSY - soldier-throwing-flowers)

Pues bien, he estado pidiendo - ya casi implorando- la dulcificación de mi corazón, que nada tiene que ver con apagar el fuego que me es innato, ni domesticarlo ni anestesiarlo; sólo aquietarlo para sentirme   capaz de utilizarlo en la forma adecuada. Y mi ruego se manifestó a partir de esta experiencia realmente fuerte. No me interesa salir al ataque; he informado a quienes corresponde sobre todo lo vivido y sé que el río correrá hacia donde sea necesario para todos los actores de esta obra. Sé que cada uno realizó el papel que le tocaba. Ahora cada uno verá cuál es su próxima escena. Sí me gustaría verle la cara, en persona, al hombre del 107. Mirarlo a los ojos y tal vez preguntarle qué le pasó. ¿Por qué esto y no lo otro? Porque el mundo está lleno de reclamos de supuesta justicia que más bien parecen ocultar el ardor de la revancha. Y así estamos. ¿Quien quiere seguir viviendo de esta manera, adentro de la trinchera, preparando el próximo ataque para defendernos quién sabe de qué? No sé cuánto me demandará poder sostener la determinación de vivir en paz; lo que sí sé es que hoy es mi prioridad número 1.

Claudia M. Monasterio


¿Que estuvo antes, la película de Netflix o la mía? La mía. La otra me recordó que es posible. Si llegás a verla vas a entender el porqué de la conexión entre ambas.❤★☀

lunes, 22 de junio de 2020

Ese otro: Lucas

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 Traigo hoy algo que publiqué en mi facebook en febrero de 2017. Es que esta mañana, tomando unos mates en mi casa, se me vino Lucas y yo se lo agradezco, porque son esas cositas que te muestrasn a  corazón abierto.


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Cuando  aquellas pequeñas cosas se hacen GRANDES



Un sábado por la mañana, no hace mucho, era uno de esos días en que no me encontraba en mi mejor versión. Entonces decidí salir de casa en busca de un lugar donde sentarme a leer y a tomar un café. Cuando tuve el lugar y la mesa, en la vereda, me senté y pedí. Allí estaba cuando, de pronto, un vendedor se acercó y comenzó a sacar su mercadería (artículos para limpieza), que fue colocando sobre mi mesa de café mientras repetía: "Sin compromiso". Lo primero que tuve ganas de hacer, debido a que -como dije- no era el más brillante de mis días, fue decirle no quiero nada, llevate todo. En buena hora que no lo hice, pues cuando levanté la mirada y me encontré con la suya, algo allí me invitó a querer comunicarme. Él seguía desplegando sus productos, que me parecían caros, mientras insistía, cada vez: “Sin compromiso”. Si bien el humor turbio y el dolor de cabeza seguían presentes en mi persona, de mi boca salió la pregunta inicial: ¿Cómo te llamás? Lucas. Luego la edad: 16 años. ¿Dónde vivís? En Ciudad Evita. ¿Y venís hasta acá? No es tanto; tren y colectivo.

La conversación me dio otros datos de Lucas y de su motivación para hacer lo que hacía. Estaba allí con un primo (supuse que estaría vendiendo en otra calle), vivía con su madre y algún hermano, y había terminado el colegio con muy buenas notas. “Me esforcé para poder cambiarme de colegio, a uno de San Justo. ¿Conoce?” Según me explicó, Lucas quiso cambiar de colegio porque en el de San Justo son más exigentes que en el de Ciudad Evita y él quiere estar bien preparado porque su proyecto es seguir estudiando al terminar la secundaria. Lucas quiere ser contador. (Que los astros protejan la Universidad pública).

Supe también que en época de clases trabaja sólo los fines de semana. “El estudio está primero”, afirmó. Y que lo que recibe por las ventas está destinado en parte a su madre y en parte a sus propios gastos. ¿Y se vende ahora?, quise saber. En verano no mucho, contestó sonriendo. Luego me aclaró que el objetivo en este momento es irse unos días de vacaciones con su hermana y alguien más. ¿A dónde quieren ir? A Mar del Tuyú.

Lucas es un pibe espontáneo, respetuoso, lleno de vida y de alegría. Mientras las palabras sonaban, en esa mañana calurosa, yo sentía que el diálogo era una excusa para que se expresara un encuentro que trascendía cualquier tipo de frontera terrenal. Yo ya había elegido algo para comprarle y, como era su primera venta del día, él no tenía cambio para darme el vuelto. Puedo pedir cambio adentro, dijo con toda naturalidad. Miré hacia adentro en busca de alguien que me viera haciendo señas e interpretara lo que necesitaba, pero nadie me vio. Entonces, le di el billete de cien pesos a Lucas, él entró e inmediatamente regresó con la gestión realizada. En eso estábamos, cuando  me sorprendió con su pregunta: "¿Y vos cómo te llamás?" El usted ya había dejado paso al vos: el acercamiento. Ya no nos sentíamos extraños el uno del otro. Le agradecí por preguntar y le contesté: Claudia. Él guardó sus cosas en una bolsa negra de consorcio, nos miramos sonrientes y se despidió dándome un beso. Una vez más, la gracia de lo inesperado. Inesperado como esos minutos de vereda. “Un gusto conocerte, Lucas”, le dije. Cuando se fue, me quedé un largo rato con los ojos húmedos y agradeciendo. La mañana era otra.

GRACIAS, CAMPEÓN. QUE DIOS TE BENDIGA Y QUE LOGRES TODO LO QUE TE PROPONGAS.

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  22 de junio de 2020:  Si todo siguió tal como Lucas lo planeaba, este  año habrá entrando en la Universidad - al ciclo básico supongo- y   seguramente esté estudiando en forma virtual. Ojalá. ¿Y habrá podido hacer ese viaje a Mar del Tuyú? 

 Hoy, decir Mar del Tuyú es nombrar a mi amiga Anita Bianchi y su bar La  Margarita (lo conocí un verano). Y es pensar en su proyecto de irse a  vivir a la costa. Finalmente, voló más alto y quién sabe desde qué  estrella estará cuidándonos. Es así la vida. Ires y venires.

                                            Claudia M. Monasterio


sábado, 13 de junio de 2020

Que no se te meta el miedo

Que no se te meta el miedo a enfermarte. Y si te enfermás, que no se te meta el miedo. Hay caminos, como siempre. Investigá.
Que no se te meta el miedo a acercarte a alguien.
Que no se te meta el miedo a abrazar.
Que no se te meta el miedo al prójimo.
Que no se te meta el miedo a vos misma, a vos mismo.

El miedo es lo que logró poner a la humanidad de rodillas.
El miedo es lo que creó una civilización con "autoritarismo saludable y libertad anoréxica", citando las palabras de alguien a quien escuché en estos días.
                                                       
                                 Shop Until You Drop - by Banksy


La posibilidad de elegir está allí, a cada minuto.

Estamos viviendo con el estigma de que somos potenciales enemigos de nosotros mismos y de los demás. No es fácil, ni agradable, ni alentador. Yo, a esta altura, creo que debe haber otra manera, pero es solo mi percepción.




Todos los días se nos ofrece el parte de enfermos y muertos por el covid. ¿Por qué se calla sobre las personas que han muerto porque no fueron atendidas o que la están pasando muy mal debido a que si no es covid no es urgente? "Muertes causadas por el tratamiento médico retrasado o cancelado”, dice John Ioannidis, médico, científico y epidemiólogo, referente de la Universidad de Stanford.
¿No era posible dedicar un sector de los centros de salud para los casos de covid y dejar el resto para atender las otras enfermedades? No sé, me pregunto.

Hace rato que se nos viene anunciando la llegada del pico del virus: a pesar del confinamiento, a pesar de la lavandina, del tapabocas, y del alcohol. ¿Asusta?

Jamás diría que el virus no existe; seguramente existe, como existen otras patologías que pueden producir contagio y por las cuales muere mucha gente todos los años.

Cada uno compra la información que quiere. Por mi parte, elijo siempre escuchar voces opuestas e intermedias, y luego puedo acercarme a algunas conclusiones, no exentas de un pequeño porcentaje de duda y que, por supuesto, pueden ir modificándose a medida que voy sabiendo un poco más. En ese poco más, suele no entrar la noticia cotidiana. Me doy permiso para cuestionar lo que se dice masivamente y tal cuestionamiento me abre a pensar otras cosas; otras cosas que no tomo por válidas apenas conocerlas sólo porque sean distintas. Las tengo en cuenta, las pienso, evalúo dentro de mis posibilidades.

Sabemos de la importancia, en este momento como en cualquier otro, de tener nuestro sistema inmunológico bien atendido, y eso abarca el campo físico tanto como el emocional. Me pregunto cuándo el encierro prolongado fortaleció la salud de alguien. ¿Cuándo la vigilancia policial favoreció nuestro estado anímico? No pongo en tela de juicio, al menos por el momento, el trabajo que los gobernantes hacen en Argentina, país donde vivo, pero creo que a este accionar le está faltando una pata. Por eso busco, escucho otras opiniones con argumentos. Siempre sugiero escuchar a quienes no se les da tanto espacio en la prensa mediática. Quizá tengan algo que decir.

He escuchado recientemente al doctor Oscar Botta, pediatra de Buenos Aires, y antes al virólogo Pablo Godsmith, que vive en Francia. De otros países, le he prestado atención a Josep Pamiés (español), que desde hace muchos años investiga sobre las propiedades alimenticias y curativas de las plantas y que se ha ofrecido a ser infectado con el virus para demostrar cómo puede curarse; a Andrea Kalcker, biofísico alemán que estudia el dióxido de cloro desde hace 13 años: al costarricense Rolando Araya, que propone hacer pruebas con el dióxido de cloro en bolsas de sangre de personas infectadas, para comprobar o descartar una posible cura para este virus. La lista es larga; están ahí si se quiere buscarlos.

Finalmente, puede ser que todo este palabrerío no sea más que eso y que lo único que tenga sentido sea construir un pensamiento propio evitando los prejuicios hasta donde a cada uno le sea posible, mientras acompañamos este tiempo de revolución evolutiva con la mayor compasión que nuestro corazón nos lo permita, para que la vista no se nos nuble.

Y cualquiera sea la creencia con la que cada uno elija experimentarse, por favor, QUE NO SE TE META EL MIEDO.

  
                                              


Claudia M. Monasterio

viernes, 29 de mayo de 2020

Otra oportunidad, por favor


Reconocer la grandeza del ser humano
y recuperar su capacidad
para el amor
contemplando los modelos que son ejemplo.


Yo  no compro el discurso de que somos una mierda y que todo lo hacemos mal,  porque con ese discurso nos veo a merced 
de algo o de alguien que  tenga que venir a salvarnos 
y eso es terreno fértil para el engaño fácil, 
para que las topadoras nos pasen por encima.

Nos hemos equivocado enormemente, hemos andado a los tumbos, seguimos mirándonos como a enemigos, como a alguien de quien es mejor desconfiar,
pero nada me dice que no podamos remediar y crear una vida digna que nos incluya a todos. Una gran orquesta donde cada uno toque el instrumento que ha venido a tocar y contribuya con su mejor sonido.




Es una decisión individual que, al replicarse, se extiende.  Recuperar nuestra grandeza, re-conocernos.

Sí, todavía, por ahora, tengo fe en el ser humano a pesar de la crueldad que rige el corazón de tantas personas. Como dice Eladia Blázquez en una de sus canciones: "A pesar de todo, dejándola abierta, verás que se cuela el sol por tu puerta".  





Claudia M. Monasterio

martes, 19 de mayo de 2020

¿El fin de la democracia?

Los gobiernos se han ocupado de cuidarnos del virus, algunos con más eficiencia que otros. Me pregunto: ¿Seremos lo suficientemente sabios para cuidarnos  de otros asuntos que causan más perjuicio que un virus? La megaminería, torres de alta tensión, la contaminación de las aguas, la falta de agua, la desnutrición, por citar lo primero que se me va ocurriendo. Hay asuntos que requieren de una severísima atención, pero no la tienen pues causan menos revuelo que el llamado COVID, ya que las muertes que provocan son silenciosas y no se producen al por mayor como parecería ser con el personajito que hoy tiene al mundo en vilo.

 Está claro que no son los gobiernos los que van a protegernos del avance impertinente de la anti ecología; por lo tanto, deberemos tomar cartas en el asunto, de un modo más contundente que el que quizá  venimos aplicando, como si se tratara de una sociedad que ha crecido y que sabe que no tiene por qué someterse a decisiones que no sólo no promueven su bien estar sino que son atentados contra la vida. Y esto me lleva al tema que me interesa desde hace años y para el cual recientemente he encontrado un nombre.

Sí, hace años que me escucho pensando sobre la necesidad de que la forma de gobernar el mundo gire 180 grados. Y eso que en mi interior comenzó como necesidad, vertiginosamente se tornó en urgencia. Todo me ha ido susurrando –luego, vociferando -, como en un sueño profundo, acerca de una forma de vida desplegada en el marco de una economía de cooperación, respaldada por un sentido comunitario, ausente de corporaciones fagocitadoras que monopolicen los mercados, y presente, muy presente, de pequeñas y medianas empresas con participación y responsabilidad compartida,  micro emprendimientos,  sensibilidad hacia lo natural, no como obediencia ciega a un eslogan circunstancial, sino como resultado de un despertar de conciencia acerca de que ahí está la vida en su plenitud. La naturaleza en casa: en las relaciones, en la alimentación, en la salud, en el acompañar el crecimiento de los hijos.  Una forma de vida en la que lo holístico se exprese en la educación tanto como en la medicina, ambas al alcance de la sociedad toda, exenta de privilegios, con verdadera participación de los ciudadanos. Un sistema social donde se favorezca el mejoramiento de la vida de todos los habitantes, apelando a la responsabilidad individual y al ejercicio del pensar. Una sociedad donde el que se quede afuera no lo hará por no tener los medios para acceder, sino porque lo ha elegido. En fin, da para largo.

Llevo un rato observando que lo que llamamos democracia no lo es tanto. ¿Acaso los ciudadanos votamos las leyes? ¿Acaso usamos las herramientas que nos corresponden para exigir que se cumpla lo prometido? Sin duda, es un sistema que estuvo bien para una larga época de la historia, aportando todo lo que pudo, pero que  ya nos queda chica, pues aunque en ocasiones sigamos camuflándonos detrás de una adolescencia 

Cuadro de Antonio Varas de la Rosa
Cuadro de Antonio Varas de la Rosa

 civil que no quiere retirarse, Peter Pan se puso viejo y ya nadie le cree. Pues bien, como decía antes, hace poco -en este tiempo que comenzó como cuarentena y está debutando como sesentena-, encontré que eso que vengo soñando tienen un nombre: ontocracia


Y si no es exactamente lo que vi en mis sueños, se le parece bastante, pues implica que el ser recupere su poder; que el individuo desarrolle  su potencial y lo ponga al servicio del conjunto. Significa que cada persona se reconozca ser humano, sienta la fuerza de su interior y desee compartir su plenitud con la de sus prójimos. 


Juan Diego Monasterio. Trabajo en lápiz.


Sé que en el vasto territorio del planeta hay muchos seres humanos encarnando esta esperanzadora realidad a través de sus iniciativas. Son esas "noticias" que la industria mediática pretende ignorar, pero quegracias a la globalización tecnológica (que tiene su luz y su sombra), podemos llegar a conocer. Es esa parte de la realidad que me reconforta y me confirma que el mundo camina hacia allí. Quizá yo no llegue a verlo en gran escala, pero saber que está ocurriendo me dibuja una sonrisa indescriptible.



                                    Claudia M. Monasterio

jueves, 14 de mayo de 2020

RECLAMO EL AMOR


                                    

Por el tiempo vivido 
y por el que tengo por vivir,
reclamo el amor. 

Lo he logrado. 

He vivido una suma respetable de años: 

algunos mejor, otros peor, pero los he vivido.
A todo le hice frente:
a veces mejor, a veces peor, pero de nada hui, 

como la guerrera que soy.

En mi maleta he ido poniendo ingredientes variopintos:
algunos de a uno por vez, otros en dulce mixtura,
otros en combinación casi letal. 


Figuran en mi curriculum vitae:
ingenuidad, suspicacia, perspicacia, pesimismo,
voluntarismo, determinación, entusiasmo, confianza, 
quiebre, ansiedad, calma, fanatismo, moderación, risa,
 silencio, dolor, desamparo,  resurrección, 
enfermedad, salud, desesperanza, desesperación, 
negligencia, revolución, canto, ausencia de voz, 
danza, rigidez, vacío con sentido, vacío sin sentido,
 luz, abismo, horizonte, cárcel, llanto creativo, llanto inútil, 
rabia, resentimiento, carcajada, tolerancia, intolerancia, 


soledad, abandono, amistad, tormento, 
amor, furia, compasión, comprensión … 

Mi lucha, hoy:

                  aceptar la totalidad, hacerla mía y dejarla libre. 

Por todo lo vivido
y por lo que tengo por vivir
(veinte años o veinte minutos),
reclamo el amor en el mundo entero, 

aunque el mundo entero no me escuche
y haga una mueca absurda.






                                                            Claudia M. Monasterio

viernes, 8 de mayo de 2020

Diálogo III


Voy llegando a la puerta de entrada del edificio donde vivo y veo pasar a alguien con barbijo. Entonces, me doy cuenta de que lo llevo colgando de la muñeca y no me lo he puesto.


(Yo) ¡Uy, el barbijo!
  --   ¡No soy un barbijo! Hablemos con propiedad.
(Yo) Ah, otra vez uno de esos diálogos de cincuentena...
  --  Exactamente.
(Yo) ¿Y cómo debería llamarte? Porque muchos dicen tapabocas, pero eso no es correcto tampoco, ya que  no incluye la narizota
 --  Me va más mascarilla.
(Yo) Tenés razón. Bueno, ahora estoy lista, salgamos.

Y salimos.

(Yo) ¿Te fijaste que de un momento al otro pasaste de ser él a ser ella?
 --Interesante observación. ¿Y a dónde nos lleva eso?
(Yo) Mmm... a ver .....
-- Dejalo ahí antes de que digas cualquier verdura.
(Yo) Dale.

Caminamos un par de cuadras.

(Yo) ¿Sabés qué me gusta de esta época tan extraña? Que las calles se ven más tranquilas, hay menos ruido.
-- A mí .....
(Yo) ¿Sabés qué no me gusta cuando salgo a la calle en esta época? Que percibo en mucha gente  una energía que no me agrada . Por ejemplo,  cuando estoy haciendo la fila para entrar en algún negocio...
-- Se supone que cuando decís ¿Sabés qué...? yo tengo que decir No, no sé, ¿qué es? , pero ni me esperás.
(Yo)  Es como si las personas no fueran personas. Como si fueran clones o algo así. Te miran detrás del barbijo .. perdón, mascarilla...
-- Uy, te está pegando fuerte esto. No sólo ni escuchás lo que te digo sino que me venís con ideas de ciencia-ficción. ¿Ves mucha tele?
(Yo) No veo tele, pero ..
-- Ok, ok, ya está bien ahí. ¿Qué otra observación?
(Yo) Cuando camino y voy viendo tantos comercios cerrados, por un lado siento compasión por toda la gente que en este momento no puede trabajar  y que está viviendo la angustia del ingreso económico interrumpido, y al mismo tiempo veo cuántas cosas prescindibles se nos ofrecen en los escaparates, cuántas pompas de jabón.
-- Me encanta esa palabra: escaparate Es como estar viendo una peli de Merry Christmas. Escaparate.
(Yo) Ja ja, sí, me gusta también. Y sí, tiene algo de jingle bells.
-- ¿Algo más?
(Yo) Sí, cuando nos veo a todos con la boca-nariz tapadas me viene la imagen de los piqueteros o manifestantes que se cubren así muchas veces para proteger su identidad y no ser perseguidos después. Hoy parece que todos nos protegemos de algo. Cada vez nos parecemos más los unos a los otros, ¿viste?. Algo de esto escribí en una de las primeras entradas de este blog.
-- ¿Y de qué se protegen?
(Yo) Como los actores griegos que usaban una máscara para expresar tal o cual cosa.
-- ¿Y qué hay detrás de esa máscara?
(Yo) Pero también está esto de que la mascarilla nos obliga a mirarnos más a los ojos. Eso me gusta. Da la impresión de que, a pesar de escondernos detrás de ese pedazo de tela, estamos obligados a mirar más al que tenemos enfrente.
-- Claro, entonces ...
(Yo) Miramos la expresión de sus ojos... ¿Se caerán las máscaras de verdad alguna vez?
--  Bueno, yo creo ..
(Yo) ¿Nos quitaremos el disfraz? Da un poco de miedito abandonar el personaje de tantos años y animarse a incursionar en uno distinto, algo nuevo, diferente, con un guión más libre ... ¿Qué te pasa que no hablás?
-- No me dejás. No me registrás. Cada vez que estoy por meter un bocadillo seguís de largo, como si yo no existiera.
(Yo) Si, es eso lo que se siente a veces: como si una no existiera, como si el otro no existiera. Es esa puta individualidad sacralizada, distorsionada, malversada, a la que la sociedad le ha rendido culto como ...
-- ¿Usada para separar a los unos de los otros?
(Yo)  ¿Sabés que sí?
-- Gracias, casi me emociono por el reconocimiento de mi aporte.
(Yo) Ah, no te contesté de qué se protegen. O de qué nos protegemos detrás de la máscara.
-- No, pero dejalo así nomás, está bien, no hace falta, ya entendí.
(Yo) Y sobre pompas de jabón no dijiste nada. ¿No te sorprendí con eso?
-- O sea que tenías algún registro de lo que a mi me pasaba. ¿Entonces qué era? ¿Parte de alguna estrategia?
(Yo) ¿Tenés algún problema de identidad por esto de que te nombran de distintas maneras?

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Claudia M.Monasterio

martes, 5 de mayo de 2020

"La rosa de Paracelso" - cuento de J. L. Borges

"Insolent vaunt of Paracelsus, that he would restore  the original rose or violet out of the ashes settling from its combustion ...     "                                                                                  De Quincey: Writings, XIII, 345

En su taller, que abarcaba las dos habitaciones del sótano, Paracelso pidió a su Dios, a su indeterminado Dios, a cualquier Dios, que le enviara un discípulo. Atardecía. El escaso fuego de la chimenea arrojaba sombras irregulares. Levantarse para encender la lámpara de hierro era demasiado trabajo. Paracelso, distraído por la fatiga, olvidó su plegaria. La noche había borrado los polvorientos alambiques y el atanor cuando golpearon la puerta. El hombre, soñoliento, se levantó, ascendió la breve escalera de caracol y abrió una de las hojas. Entró un desconocido. También estaba muy cansado. Paracelso le indicó un banco; el otro se sentó y esperó. Durante un tiempo no cambiaron una palabra.
El maestro fue el primero que habló.
—Recuerdo caras del Occidente y caras del Oriente —dijo con cierta pompa. —No recuerdo la tuya. ¿Quién eres y qué deseas de mí?
—Mi nombre es lo de menos —replicó el otro. —Tres días y tres noches he caminado para entrar en tu casa. Quiero ser tu discípulo. Te traigo todos mis haberes.
Sacó un talego y lo volcó sobre la mesa. Las monedas eran muchas y de oro. Lo hizo con la mano derecha. Paracelso le había dado la espalda para encender la lámpara. Cuando se dio vuelta advirtió que la mano izquierda sostenía una rosa. La rosa lo inquietó.
Se recostó, juntó la punta de los dedos y dijo:
—Me crees capaz de elaborar la piedra que trueca todos los elementos en oro y me ofreces oro. No es oro lo que busco, y si el oro te importa, no serás nunca mi discípulo.
—El oro no me importa —respondió el otro.— Estas monedas no son más que una parte de mi voluntad de trabajo. Quiero que me enseñes el Arte. Quiero recorrer a tu lado el camino que conduce a la Piedra.
Paracelso dijo con lentitud:
—El camino es la Piedra. El punto de partida es la Piedra. Si no entiendes estas palabras, no has empezado aún a entender. Cada paso que darás es la meta.
El otro lo miró con recelo. Dijo con voz distinta:
—Pero, ¿hay una meta?
Parecelso se rió.
—Mis detractores, que no son menos numerosos que estúpidos, dicen que no y me llaman un impostor. No les doy la razón, pero no es imposible que sea un iluso. Sé que “hay” un Camino.
Hubo un silencio, y dijo el otro:
—Estoy listo a recorrerlo contigo, aunque debamos caminar muchos años. Déjame cruzar el desierto. Déjame divisar siquiera de lejos la tierra prometida, aunque los astros no me dejen pisarla. Quiero una prueba antes de emprender el camino.
—¿Cuándo? —dijo con inquietud Paracelso.
—Ahora mismo —dijo con brusca decisión el discípulo.
Habían empezado hablando en latín; ahora, en alemán.
El muchacho elevó en el aire la rosa.
—Es fama —dijo— que puedes quemar una rosa y hacerla resurgir de la ceniza, por obra de tu arte. Déjame ser testigo de ese prodigio. Eso te pido, y te daré después mi vida entera.
—Eres muy crédulo —dijo el maestro.— No he menester de la credulidad; exijo la fe.
El otro insistió.
—Precisamente porque no soy crédulo quiero ver con mis ojos la aniquilación y la resurrección de la rosa.
Paracelso la había tomado, y al hablar jugaba con ella.
—Eres crédulo —dijo.— ¿Dices que soy capaz de destruirla?
—Nadie es incapaz de destruirla —dijo el discípulo.
—Estás equivocado. ¿Crees, por ventura, que algo puede ser devuelto a la nada? ¿Crees que el primer Adán en el Paraíso pudo haber destruido una sola flor o una brizna de hierba?
—No estamos en el Paraíso —dijo tercamente el muchacho; aquí, bajo la luna, todo es mortal.
Paracelso se había puesto en pie.
—¿En qué otro sitio estamos? ¿Crees que la divinidad puede crear un sitio que no sea el Paraíso? ¿Crees que la Caída es otra cosa que ignorar que estamos en el Paraíso?
—Una rosa puede quemarse —dijo con desafío el discípulo.
—Aún queda fuego en la chimenea —dijo Parecelso.
—Si arrojamos esta rosa a las brasas, creerías que ha sido consumida y que la ceniza es verdadera. Te digo que la rosa es eterna y que sólo su apariencia puede cambiar. Me bastaría una palabra para que la vieras de nuevo.
—¿Una palabra? —dijo con extrañeza el discípulo–. El atanor está apagado y están llenos de polvos los alambiques. ¿Qué harías para que resugiera?
Paracelso le miró con tristeza.
—El atanor está apagado —repitió— y están llenos de polvo los alambiques. En este tramo de mi larga jornada uso de otros instrumentos.
—No me atrevo a preguntar cuáles son —dijo el otro con astucia o con humildad.
—Hablo del que usó la divinidad para crear los cielos y la tierra y el invisible Paraíso en que estamos, y que el pecado original nos oculta. Hablo de la Palabra que nos enseña la ciencia de la Cábala.
El discípulo dijo con frialdad:
—Te pido la merced de mostrarme la desaparición y aparición de la rosa. No me importa que operes con alquitaras o con el Verbo.
Paracelso reflexionó. Al cabo, dijo:
—Si yo lo hiciera, dirías que se trata de una apariencia impuesta por la magia de tus ojos. El prodigio no te daría la fe que buscas: Deja, pues, la rosa.
El joven lo miró, siempre receloso. El maestro alzó la voz y le dijo:
—Además, ¿quién eres tú para entrar en la casa de un maestro y exigirle un prodigio? ¿Qué has hecho para merecer semejante don?
El otro replicó, tembloroso:
—Ya sé que no he hecho nada. Te pido en nombre de los muchos años que estudiaré a tu sombra que me dejes ver la ceniza y después la rosa. No te pediré nada más. Creeré en el testimonio de mis ojos.
Tomó con brusquedad la rosa encarnada que Paracelso había dejado sobre el pupitre y la arrojó a las llamas. El color se perdió y sólo quedó un poco de ceniza. Durante un instante infinito esperó las palabras y el milagro.
Paracelso no se había inmutado. Dijo con curiosa llaneza.
—Todos los médicos y todos los boticarios de Basilea afirman que soy un embaucador. Quizá están en lo cierto. Ahí está la ceniza que fue la rosa y que no lo será.
El muchacho sintió vergüenza. Paracelso era un charlatán o un mero visionario y él, un intruso, había franqueado su puerta y lo obligaba ahora a confesar que sus famosas artes mágicas eran vanas.
Se arrodilló, y le dijo:
—He obrado imperdonablemente. Me ha faltado la fe, que el Señor exigía de los creyentes. Deja que siga viendo la ceniza. Volveré cuando sea más fuerte y seré tu discípulo, y al cabo del Camino veré la rosa.
Hablaba con genuina pasión, pero esa pasión era la piedad que le inspiraba el viejo maestro, tan venerado, tan agredido, tan insigne y por ende tan hueco. ¿Quién era él, Johannes Grisebach, para descubrir con mano sacrílega que detrás de la máscara no había nadie?
Dejarle las monedas de oro sería una limosna. Las retomó al salir. Paracelso lo acompañó hasta el pie de la escalera y le dijo que en esa casa siempre sería bienvenido. Ambos sabían que no volverían a verse.
Paracelso se quedó solo. Antes de apagar la lámpara y de sentarse en el fatigado sillón, volcó el tenue puñado de ceniza en la mano cóncava y dijo una palabra en voz baja. La rosa resurgió.
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lunes, 4 de mayo de 2020

Mi corazón en exilio



Un día, tuve uno de esos momentos .... esos momentos de escucha íntima. Y fue allí, en ese preciso momento, cuando mi corazón habló con incuestionable honestidad. Desde entonces, pide compasión para sí mismo. Me pide retornar a su hogar, ese del que se marchó un día sin darse cuenta, razón por la cual se ha sentido en el exilio durante tanto vivir, sin saber que de eso se trataba. Hasta ahora no podía definirlo; intentaba delinearlo, sin éxito. Mi corazón descubre y reconoce que ha estado manteniéndose en un disimulado y prolongado aislamiento del que está decidido a salir con un rostro diferente. Sabe que no se lo convocará a un plebiscito. Es sí o sí. Viejas historias anidadas en corazones heridos. Historias de ancestros, historias propias. 

Luo Li Rong esculpe el viento - Facebook Galerías de Arte Barcelona)

Fue un largo desvío, consecuencia seguramente de alguna decisión. Muy largo el desvío y no se puede decir que alguien le cambió las señales para confundirlo. No, no puede descansar en eso, porque lo supo cuando debió saberlo, aunque no comprendió el alcance de su elección; por eso, los tules en hebras de telaraña nublando el horizonte. Después,  años de buscar refugios, aquí y allá; aquí o allá. Años de merodear, siglos viviendo un poco, naufragando un mucho.

 Pide el retorno y se pregunta cómo hacerlo sin que eso se parezca en absoluto a mendigar. Pide que los astros agreguen a su boleto la letras que le falta: la V (Ida y Vuelta).  No recuerda el camino, pues, como dije, el desvío fue muy largo. Entonces, encuentra que la única manera de hallar la solución es hacerse niño y rogar, incluso con una rabieta -le está permitido tenerla-, por el juguete adorado que se le extravió un día. Quiere dejar de pelear; el combate le resulta excesivo, aun para su fuego ariano.


Entonces, algo entiende. Comprende, y sabe que en esto no se engaña, que el momento actual es su inamovible oportunidad para reconciliarse. ¿Reconciliarse con qué?, se pregunta. Con la propia  historia, se contesta. La historia de uno, la historia de muchos. Sabe que es ahora o ahora; prohibido alejarse. El virus de la modorra podría ser letal. No hay excusas ni alternativas. "Someone out there is calling my name..." dice una canción. Se detiene, la escucha, presta atención para reconocer de dónde viene y seguir su huella. Retomarla.

Me pregunto cómo saldrá el corazón de cada uno de esta cuarentena, cincuentena...impuesta. Cómo saldrá ese corazón tal vez desde tiempos remotos exiliado de sí mismo. De cómo salga, seguramente dependerá el latido del corazón colectivo.



                   Ábrete corazon, icaro chamánico de Rosa Giove, en la voz de Claudia Stern.




                                                      Claudia M. Monasterio



viernes, 1 de mayo de 2020

¿Justo o injusto?

Suele admirarse a figuras como Jesús, la Madre Teresa y otros,  porque, entre sus inmensas virtudes -esas que no tienen prensa-, se encuentra la de haberse entendido en serio con los marginales, los despreciados por la sociedad santa e impoluta. 

Solemos conmovernos cuando una película nos cuenta la historia de alguien que vivió en el barro más  embarrado haciendo cosas deplorables, hasta que un día, algún hecho o alguna persona posiblemente sin proponérselo, contribuye a que en el corazón de ese ser humano vibre el deseo de transformar su estigmatizada existencia porque ahora ve que hay una salida, otra opción. Lágrimas de emoción pueden deslizarse por nuestros rostros quizás hasta arrugados en gesto de dolor. Emoción con principio y final, como ocurre con las emociones. Sensibilidad limitada a las medidas de la pantalla y a la duración de la peli.  Lo demuestra el hecho de que luego, alejados de la ensoñación romántica, si un juez, en pleno proceso de pandemia,  decide que se le dé prisión domiciliaria a algunos presos (muchos de ellos con prisión preventiva desde hace años, o condenados por delitos leves, o porque están viejos), una multitud enardecida por lo infame de la decisión judicial, se pone de acuerdo para hacer estruendo con sus cacerolas en señal de repudio.  Repudio porque, ¿cómo es que esos desgraciados (hdp dicen algunos, como si se tratara de una marca) a los que encima estamos manteniendo, reciben un beneficio, mientras nosotros seguimos pagando nuestros impuestos,  trabajamos honradamente y, sobre todo, SOBRE TODO, nunca le hemos hecho mal a nadie? Si fuera una película, seguramente veríamos a uno o más de sus protagonistas, encarnando una historia bien humana, de esas que hacen latir tu corazón  muy profundamente. Pero no es Netflix,  Donde yo vivo, escuché anoche mucho más ruido de latas golpeadas  con fervor que lo que he escuchado por aplausos a las nueve de la noche. Parece que la queja tiene más rating.  Me entristece. Quizá sería más honesto admitir que uno se reacciona así porque en realidad tiene miedo. Creo que eso ofrecería un campo más apto para indagar y alcanzar alguna verdad.

No tengo argumentos para decir si la decisión del juez Violini es acertada o no. Como cualquier decisión tomada por cualquier persona, es discutible. No obstante, la reacción tan inmediata de tanta gente me estremece. 

En una circunstancia como ésta, mi mente se siente acosada por ese tremendo sustantivo, no casualmente calificado como abstracto: justicia. Con qué frecuencia brota de nuestros labios el trino verbal  "No es justo" y me quedo pensando en las veces que yo misma he tenido esa sensación y en las veces que lo he escuchado. Me quedo pensando en lo relativo de cualquier afirmación y en la historia que hay detrás. La historia de cada persona que lo dice, la historia de cada persona que delinque, la historia de cada persona que se siente ultrajada por las decisiones ajenas, la historia de cada persona que no quiere ver sus propias corrupciones, la historia de cada persona que toma una decisión polémica, la historia de cada persona que calla y la de cada persona que habla. La historia sin fin. 

¿Cómo se hace cuando ese sustantivo abstracto se convierte en concreto y es imposible que complazca a todo el mundo?

                                      Claudia M. Monasterio
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(Infobae, 22/4/2020)

- Se trata de una resolución en la que se ordenó que mientras dure la pandemia se le otorgue el arresto domiciliario a los presos que son grupo de riesgo y que están detenidos por delitos leves y que se analice la situación de otros internos.
- .....por el hacinamiento no hay aislamiento posible que se pueda aplicar como medida de sanidad
.- .... quienes tengan condenas firmes que se vencen en el transcurso del año y quienes con condena firme tengan penas que no superen los años años de prisión y que durante el 2020 cumplieron o lo hagan con el requisito de acceder a la libertad condicional
- Los presos en situación de riesgo ante el coronavirus -que son mujeres embarazadas y con niñas/os, personas mayores de 60 años y con enfermedades graves como las oncológicas, pulmonares, tuberculosis, diabetes y HIV- son 2.300, según un primer listado que aportó el Ministerio de Justicia de la provincia.

viernes, 24 de abril de 2020

Después de usted ...





Con dos días de diferencia, en una época de sensibilidades al descubierto, se fueron dos artistas argentinos muy conocidos y muy apreciados. Dos representantes de una parte del ser argentino. El Negro Fontova y Marcos Mundstock se fueron muy cerca el uno del otro, como si se hubieran puesto de acuerdo.
- Che, ¿quién va primero?
- Pasá vos.
- No, mejor pasá vos.
- Está bien, voy yo, pero no me dejes solo.
- Te estoy pisando los talones.
Y allá fueron. A mí, me inspiró escribir algo así:





Claudia M. Monasterio


De la incoherencia a la cohesión: el año del lavarropas

Motivada por algunos hechos, me encontré un día pensando que la impunidad, sostenida en el tiempo, hace que la humanidad se estanque, simple...