¿Distracción o presencia?
El mundo ahí
afuera se detuvo; aquí dentro sigue girando y a mucha velocidad. Según mi
propia experiencia, y por lo que me cuentan otras personas, ahora que tenemos la oportunidad de relajarnos,
algunos y algunas seguimos viviendo a mil. Es que encontramos
tantas cosas para hacer…. ¿Pero acaso este invasor invisible no me está dando justamente la oportunidad de hacer todo lo contrario? Por mi parte, lo tomé como un llamado
¡TOC TOC! urgente para hacer STOP! ¡Detente! Sin embargo, la ansiedad no se
domestica y, paradójicamente, la rueda de la distracción sigue dando vueltas en
un sinfín de mareos. ¡Hay que llenar el tiempo! Vértigo. ¡Hay que distraerse! ¿De qué? ¿No
es precisamente la distracción lo que nos convirtió en entes dormidos y solitarios,
temerosos y desconfiados, carentes de
tiempo para el amor, vagando a la deriva en una sociedad anestesiada de
corazón?
Llega esta
amenaza invisible recurriendo a eso que nos es conocido –la separación-, sólo
que ahora la propuesta es otra. Primero, a re-unirnos con nuestro yo
latente y todavía latiendo; ese que quedó por ahí chiquitito y escondido debajo de la mesa. Ese que nos pide jugar un rato allí, en la casita que hizo para desplegar toda su imaginación. Aislarnos en nuestra casita interior un rato cada día, hasta que
tengamos el coraje de mirarnos. Coraje y bondad hacia nuestra propia existencia
que nos reclama desde hace siglos un trocito de presencia, un trocito de verdad.
Silencio y soledad aventurada para ese
yo que se volvió escurridizo, aséptico, desinfectado por las dudas, no fuera a
ser que algo tocara su fibra de compasión, contaminándolo de amor
incondicional.
Yo me he
dispuesto a salir de mi frasco estéril (pido disculpas por la metáfora), a contemplar y contemplarme más, a
escuchar la súplica de mi alma a la que de tanto gritar se le irritó la
garganta milenaria, de tanto llorar fue escaseándole el aire de vientos renovadores y empezó a asfixiarse; de
tanta desinfección fue destiñéndose de aquellos colores sagrados que supo tener
y se le irritó la piel que compartía con toda la humanidad.
Primero,
re-unirme, congregar mis fragmentos, convocarlos a la fiesta. A continuación, y
con ese gozo, unirme a todos los seres
vivos y participar en el gran festín, del cual podremos salir bastante ebrios de sana vulnerabilidad y abrazarnos sin vergüenza.
Coraje y
bondad. Presencia.
Claudia M. Monasterio