martes, 31 de marzo de 2020

¿Como hamsters en la rueda?







 ¿Distracción o presencia?

El mundo ahí afuera se detuvo; aquí dentro sigue girando y a mucha velocidad. Según mi propia experiencia, y por lo que me cuentan otras personas,  ahora que tenemos la oportunidad de relajarnos,  algunos y algunas  seguimos viviendo a mil. Es que encontramos tantas cosas para hacer…. ¿Pero acaso este invasor invisible no me está dando justamente la oportunidad de hacer todo lo contrario? Por mi parte, lo tomé como un llamado ¡TOC TOC! urgente para hacer STOP! ¡Detente! Sin embargo, la ansiedad no se domestica y, paradójicamente, la rueda de la distracción sigue dando vueltas en un sinfín de mareos. ¡Hay que llenar el tiempo! Vértigo. ¡Hay que distraerse! ¿De qué? ¿No es precisamente la distracción lo que nos convirtió en entes dormidos y solitarios, temerosos y desconfiados,  carentes de tiempo para el amor, vagando a la deriva en una sociedad anestesiada de corazón?

Llega esta amenaza invisible recurriendo a eso que nos es conocido –la separación-, sólo que ahora la propuesta es otra. Primero, a re-unirnos con nuestro yo latente y todavía latiendo; ese que quedó por ahí chiquitito y escondido debajo de la mesa. Ese que nos pide jugar un rato allí, en la casita que hizo para desplegar toda su imaginación. Aislarnos en nuestra casita interior un rato cada día, hasta que tengamos el coraje de mirarnos. Coraje y bondad hacia nuestra propia existencia que nos reclama desde hace siglos un trocito de presencia, un trocito de verdad.  Silencio y soledad aventurada para ese yo que se volvió escurridizo, aséptico, desinfectado por las dudas, no fuera a ser que algo tocara su fibra de compasión, contaminándolo de amor incondicional.

Yo me he dispuesto a salir de mi frasco estéril (pido disculpas por la metáfora), a contemplar y contemplarme más, a escuchar la súplica de mi alma a la que de tanto gritar se le irritó la garganta milenaria, de tanto llorar fue escaseándole el aire de  vientos renovadores y empezó a asfixiarse; de tanta desinfección fue destiñéndose de aquellos colores sagrados que supo tener y se le irritó la piel que compartía con toda la humanidad.

Primero, re-unirme, congregar mis fragmentos, convocarlos a la fiesta. A continuación, y con ese gozo,  unirme a todos los seres vivos y participar en el gran festín, del cual podremos salir bastante ebrios de sana vulnerabilidad y abrazarnos sin vergüenza.

Coraje y bondad. Presencia.


Claudia M. Monasterio


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