
viernes, 29 de mayo de 2020
Otra oportunidad, por favor

martes, 19 de mayo de 2020
¿El fin de la democracia?
Los gobiernos se han ocupado de cuidarnos
del virus, algunos con más eficiencia que otros. Me pregunto: ¿Seremos lo suficientemente sabios para cuidarnos de otros
asuntos que causan más perjuicio que un virus? La megaminería, torres de alta
tensión, la contaminación de las aguas, la falta de agua, la desnutrición, por citar lo primero que se me va ocurriendo. Hay asuntos que requieren de una severísima atención, pero no la tienen pues causan menos revuelo que el
llamado COVID, ya que las muertes que provocan son silenciosas y no se producen
al por mayor como parecería ser con el personajito que hoy tiene al mundo en
vilo.
Está claro que no son los gobiernos los que van a protegernos del avance impertinente de la anti ecología; por lo tanto, deberemos tomar cartas en el asunto, de un modo más contundente que el que quizá venimos aplicando, como si se tratara de una sociedad que ha crecido y que sabe que no tiene por qué someterse a decisiones que no sólo no promueven su bien estar sino que son atentados contra la vida. Y esto me lleva al tema que me interesa desde hace años y para el cual recientemente he encontrado un nombre.
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Cuadro de Antonio Varas de la Rosa |
jueves, 14 de mayo de 2020
RECLAMO EL AMOR
Lo he logrado.
He vivido una suma respetable de años:
algunos mejor, otros peor, pero los he vivido.
A todo le hice frente:
a veces mejor, a veces peor, pero de nada hui,
como la guerrera que soy.
En mi maleta he ido poniendo ingredientes variopintos:
algunos de a uno por vez, otros en dulce mixtura,
otros en combinación casi letal.

Figuran en mi curriculum vitae:
ingenuidad, suspicacia, perspicacia, pesimismo,
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Mi lucha, hoy:
aceptar la totalidad, hacerla mía y dejarla libre.
Por todo lo vivido
y por lo que tengo por vivir
(veinte años o veinte minutos),
reclamo el amor en el mundo entero,
aunque el mundo entero no me escuche
y haga una mueca absurda.

viernes, 8 de mayo de 2020
Diálogo III
Voy llegando a la puerta de entrada del edificio donde vivo y veo pasar a alguien con barbijo. Entonces, me doy cuenta de que lo llevo colgando de la muñeca y no me lo he puesto.
(Yo) ¡Uy, el barbijo!
-- ¡No soy un barbijo! Hablemos con propiedad.
(Yo) Ah, otra vez uno de esos diálogos de cincuentena...
-- Exactamente.
(Yo) ¿Y cómo debería llamarte? Porque muchos dicen tapabocas, pero eso no es correcto tampoco, ya que no incluye la narizota
-- Me va más mascarilla.
(Yo) Tenés razón. Bueno, ahora estoy lista, salgamos.
Y salimos.
(Yo) ¿Te fijaste que de un momento al otro pasaste de ser él a ser ella?
--Interesante observación. ¿Y a dónde nos lleva eso?
(Yo) Mmm... a ver .....
-- Dejalo ahí antes de que digas cualquier verdura.
(Yo) Dale.
Caminamos un par de cuadras.
(Yo) ¿Sabés qué me gusta de esta época tan extraña? Que las calles se ven más tranquilas, hay menos ruido.
-- A mí .....
(Yo) ¿Sabés qué no me gusta cuando salgo a la calle en esta época? Que percibo en mucha gente una energía que no me agrada . Por ejemplo, cuando estoy haciendo la fila para entrar en algún negocio...
-- Se supone que cuando decís ¿Sabés qué...? yo tengo que decir No, no sé, ¿qué es? , pero ni me esperás.
(Yo) Es como si las personas no fueran personas. Como si fueran clones o algo así. Te miran detrás del barbijo .. perdón, mascarilla...
-- Uy, te está pegando fuerte esto. No sólo ni escuchás lo que te digo sino que me venís con ideas de ciencia-ficción. ¿Ves mucha tele?
(Yo) No veo tele, pero ..
-- Ok, ok, ya está bien ahí. ¿Qué otra observación?
(Yo) Cuando camino y voy viendo tantos comercios cerrados, por un lado siento compasión por toda la gente que en este momento no puede trabajar y que está viviendo la angustia del ingreso económico interrumpido, y al mismo tiempo veo cuántas cosas prescindibles se nos ofrecen en los escaparates, cuántas pompas de jabón.
-- Me encanta esa palabra: escaparate Es como estar viendo una peli de Merry Christmas. Escaparate.
(Yo) Ja ja, sí, me gusta también. Y sí, tiene algo de jingle bells.
-- ¿Algo más?
(Yo) Sí, cuando nos veo a todos con la boca-nariz tapadas me viene la imagen de los piqueteros o manifestantes que se cubren así muchas veces para proteger su identidad y no ser perseguidos después. Hoy parece que todos nos protegemos de algo. Cada vez nos parecemos más los unos a los otros, ¿viste?. Algo de esto escribí en una de las primeras entradas de este blog.
-- ¿Y de qué se protegen?
(Yo) Como los actores griegos que usaban una máscara para expresar tal o cual cosa.
-- ¿Y qué hay detrás de esa máscara?
(Yo) Pero también está esto de que la mascarilla nos obliga a mirarnos más a los ojos. Eso me gusta. Da la impresión de que, a pesar de escondernos detrás de ese pedazo de tela, estamos obligados a mirar más al que tenemos enfrente.
-- Claro, entonces ...
(Yo) Miramos la expresión de sus ojos... ¿Se caerán las máscaras de verdad alguna vez?
-- Bueno, yo creo ..
(Yo) ¿Nos quitaremos el disfraz? Da un poco de miedito abandonar el personaje de tantos años y animarse a incursionar en uno distinto, algo nuevo, diferente, con un guión más libre ... ¿Qué te pasa que no hablás?
-- No me dejás. No me registrás. Cada vez que estoy por meter un bocadillo seguís de largo, como si yo no existiera.
(Yo) Si, es eso lo que se siente a veces: como si una no existiera, como si el otro no existiera. Es esa puta individualidad sacralizada, distorsionada, malversada, a la que la sociedad le ha rendido culto como ...
-- ¿Usada para separar a los unos de los otros?
(Yo) ¿Sabés que sí?
-- Gracias, casi me emociono por el reconocimiento de mi aporte.
(Yo) Ah, no te contesté de qué se protegen. O de qué nos protegemos detrás de la máscara.
-- No, pero dejalo así nomás, está bien, no hace falta, ya entendí.
(Yo) Y sobre pompas de jabón no dijiste nada. ¿No te sorprendí con eso?
-- O sea que tenías algún registro de lo que a mi me pasaba. ¿Entonces qué era? ¿Parte de alguna estrategia?
(Yo) ¿Tenés algún problema de identidad por esto de que te nombran de distintas maneras?
martes, 5 de mayo de 2020
"La rosa de Paracelso" - cuento de J. L. Borges
"Insolent vaunt of Paracelsus, that he would restore the original rose or violet out of the ashes settling from its combustion ... " De Quincey: Writings, XIII, 345
En su taller, que abarcaba las dos habitaciones del sótano, Paracelso pidió a su Dios, a su indeterminado Dios, a cualquier Dios, que le enviara un discípulo. Atardecía. El escaso fuego de la chimenea arrojaba sombras irregulares. Levantarse para encender la lámpara de hierro era demasiado trabajo. Paracelso, distraído por la fatiga, olvidó su plegaria. La noche había borrado los polvorientos alambiques y el atanor cuando golpearon la puerta. El hombre, soñoliento, se levantó, ascendió la breve escalera de caracol y abrió una de las hojas. Entró un desconocido. También estaba muy cansado. Paracelso le indicó un banco; el otro se sentó y esperó. Durante un tiempo no cambiaron una palabra.
El maestro fue el primero que habló.
—Recuerdo caras del Occidente y caras del Oriente —dijo con cierta pompa. —No recuerdo la tuya. ¿Quién eres y qué deseas de mí?
—Mi nombre es lo de menos —replicó el otro. —Tres días y tres noches he caminado para entrar en tu casa. Quiero ser tu discípulo. Te traigo todos mis haberes.
Sacó un talego y lo volcó sobre la mesa. Las monedas eran muchas y de oro. Lo hizo con la mano derecha. Paracelso le había dado la espalda para encender la lámpara. Cuando se dio vuelta advirtió que la mano izquierda sostenía una rosa. La rosa lo inquietó.
Se recostó, juntó la punta de los dedos y dijo:
—Me crees capaz de elaborar la piedra que trueca todos los elementos en oro y me ofreces oro. No es oro lo que busco, y si el oro te importa, no serás nunca mi discípulo.
—El oro no me importa —respondió el otro.— Estas monedas no son más que una parte de mi voluntad de trabajo. Quiero que me enseñes el Arte. Quiero recorrer a tu lado el camino que conduce a la Piedra.
Paracelso dijo con lentitud:
—El camino es la Piedra. El punto de partida es la Piedra. Si no entiendes estas palabras, no has empezado aún a entender. Cada paso que darás es la meta.
El otro lo miró con recelo. Dijo con voz distinta:
—Pero, ¿hay una meta?
Parecelso se rió.
—Mis detractores, que no son menos numerosos que estúpidos, dicen que no y me llaman un impostor. No les doy la razón, pero no es imposible que sea un iluso. Sé que “hay” un Camino.
Hubo un silencio, y dijo el otro:
—Estoy listo a recorrerlo contigo, aunque debamos caminar muchos años. Déjame cruzar el desierto. Déjame divisar siquiera de lejos la tierra prometida, aunque los astros no me dejen pisarla. Quiero una prueba antes de emprender el camino.
—¿Cuándo? —dijo con inquietud Paracelso.
—Ahora mismo —dijo con brusca decisión el discípulo.
Habían empezado hablando en latín; ahora, en alemán.
El muchacho elevó en el aire la rosa.
—Es fama —dijo— que puedes quemar una rosa y hacerla resurgir de la ceniza, por obra de tu arte. Déjame ser testigo de ese prodigio. Eso te pido, y te daré después mi vida entera.
—Eres muy crédulo —dijo el maestro.— No he menester de la credulidad; exijo la fe.
El otro insistió.
—Precisamente porque no soy crédulo quiero ver con mis ojos la aniquilación y la resurrección de la rosa.
Paracelso la había tomado, y al hablar jugaba con ella.
—Eres crédulo —dijo.— ¿Dices que soy capaz de destruirla?
—Nadie es incapaz de destruirla —dijo el discípulo.
—Estás equivocado. ¿Crees, por ventura, que algo puede ser devuelto a la nada? ¿Crees que el primer Adán en el Paraíso pudo haber destruido una sola flor o una brizna de hierba?
—No estamos en el Paraíso —dijo tercamente el muchacho; aquí, bajo la luna, todo es mortal.
Paracelso se había puesto en pie.
—¿En qué otro sitio estamos? ¿Crees que la divinidad puede crear un sitio que no sea el Paraíso? ¿Crees que la Caída es otra cosa que ignorar que estamos en el Paraíso?
—Una rosa puede quemarse —dijo con desafío el discípulo.
—Aún queda fuego en la chimenea —dijo Parecelso.
—Si arrojamos esta rosa a las brasas, creerías que ha sido consumida y que la ceniza es verdadera. Te digo que la rosa es eterna y que sólo su apariencia puede cambiar. Me bastaría una palabra para que la vieras de nuevo.
—¿Una palabra? —dijo con extrañeza el discípulo–. El atanor está apagado y están llenos de polvos los alambiques. ¿Qué harías para que resugiera?
Paracelso le miró con tristeza.
—El atanor está apagado —repitió— y están llenos de polvo los alambiques. En este tramo de mi larga jornada uso de otros instrumentos.
—No me atrevo a preguntar cuáles son —dijo el otro con astucia o con humildad.
—Hablo del que usó la divinidad para crear los cielos y la tierra y el invisible Paraíso en que estamos, y que el pecado original nos oculta. Hablo de la Palabra que nos enseña la ciencia de la Cábala.
El discípulo dijo con frialdad:
—Te pido la merced de mostrarme la desaparición y aparición de la rosa. No me importa que operes con alquitaras o con el Verbo.
Paracelso reflexionó. Al cabo, dijo:
—Si yo lo hiciera, dirías que se trata de una apariencia impuesta por la magia de tus ojos. El prodigio no te daría la fe que buscas: Deja, pues, la rosa.
El joven lo miró, siempre receloso. El maestro alzó la voz y le dijo:
—Además, ¿quién eres tú para entrar en la casa de un maestro y exigirle un prodigio? ¿Qué has hecho para merecer semejante don?
El otro replicó, tembloroso:
—Ya sé que no he hecho nada. Te pido en nombre de los muchos años que estudiaré a tu sombra que me dejes ver la ceniza y después la rosa. No te pediré nada más. Creeré en el testimonio de mis ojos.
Tomó con brusquedad la rosa encarnada que Paracelso había dejado sobre el pupitre y la arrojó a las llamas. El color se perdió y sólo quedó un poco de ceniza. Durante un instante infinito esperó las palabras y el milagro.
Paracelso no se había inmutado. Dijo con curiosa llaneza.
—Todos los médicos y todos los boticarios de Basilea afirman que soy un embaucador. Quizá están en lo cierto. Ahí está la ceniza que fue la rosa y que no lo será.
El muchacho sintió vergüenza. Paracelso era un charlatán o un mero visionario y él, un intruso, había franqueado su puerta y lo obligaba ahora a confesar que sus famosas artes mágicas eran vanas.
Se arrodilló, y le dijo:
—He obrado imperdonablemente. Me ha faltado la fe, que el Señor exigía de los creyentes. Deja que siga viendo la ceniza. Volveré cuando sea más fuerte y seré tu discípulo, y al cabo del Camino veré la rosa.
Hablaba con genuina pasión, pero esa pasión era la piedad que le inspiraba el viejo maestro, tan venerado, tan agredido, tan insigne y por ende tan hueco. ¿Quién era él, Johannes Grisebach, para descubrir con mano sacrílega que detrás de la máscara no había nadie?
Dejarle las monedas de oro sería una limosna. Las retomó al salir. Paracelso lo acompañó hasta el pie de la escalera y le dijo que en esa casa siempre sería bienvenido. Ambos sabían que no volverían a verse.
Paracelso se quedó solo. Antes de apagar la lámpara y de sentarse en el fatigado sillón, volcó el tenue puñado de ceniza en la mano cóncava y dijo una palabra en voz baja. La rosa resurgió.
lunes, 4 de mayo de 2020
Mi corazón en exilio
Un día, tuve uno de esos momentos .... esos momentos de escucha íntima. Y fue allí, en ese preciso momento, cuando mi corazón habló con incuestionable honestidad. Desde entonces, pide compasión para sí mismo. Me pide retornar a su hogar, ese del que se marchó un día sin darse cuenta, razón por la cual se ha sentido en el exilio durante tanto vivir, sin saber que de eso se trataba. Hasta ahora no podía definirlo; intentaba delinearlo, sin éxito. Mi corazón descubre y reconoce que ha estado manteniéndose en un disimulado y prolongado aislamiento del que está decidido a salir con un rostro diferente. Sabe que no se lo convocará a un plebiscito. Es sí o sí. Viejas historias anidadas en corazones heridos. Historias de ancestros, historias propias.
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Luo Li Rong esculpe el viento - Facebook Galerías de Arte Barcelona) |
Pide el retorno y se pregunta cómo hacerlo sin que eso se parezca en absoluto a mendigar. Pide que los astros agreguen a su boleto la letras que le falta: la V (Ida y Vuelta). No recuerda el camino, pues, como dije, el desvío fue muy largo. Entonces, encuentra que la única manera de hallar la solución es hacerse niño y rogar, incluso con una rabieta -le está permitido tenerla-, por el juguete adorado que se le extravió un día. Quiere dejar de pelear; el combate le resulta excesivo, aun para su fuego ariano.
Entonces, algo entiende. Comprende, y sabe que en esto no se engaña, que el momento actual es su inamovible oportunidad para reconciliarse. ¿Reconciliarse con qué?, se pregunta. Con la propia historia, se contesta. La historia de uno, la historia de muchos. Sabe que es ahora o ahora; prohibido alejarse. El virus de la modorra podría ser letal. No hay excusas ni alternativas. "Someone out there is calling my name..." dice una canción. Se detiene, la escucha, presta atención para reconocer de dónde viene y seguir su huella. Retomarla.
Me pregunto cómo saldrá el corazón de cada uno de esta cuarentena, cincuentena...impuesta. Cómo saldrá ese corazón tal vez desde tiempos remotos exiliado de sí mismo. De cómo salga, seguramente dependerá el latido del corazón colectivo.
Ábrete corazon, icaro chamánico de Rosa Giove, en la voz de Claudia Stern.
viernes, 1 de mayo de 2020
¿Justo o injusto?

Solemos conmovernos cuando una película nos cuenta la historia de alguien que vivió en el barro más embarrado haciendo cosas deplorables, hasta que un día, algún hecho o alguna persona posiblemente sin proponérselo, contribuye a que en el corazón de ese ser humano vibre el deseo de transformar su estigmatizada existencia porque ahora ve que hay una salida, otra opción. Lágrimas de emoción pueden deslizarse por nuestros rostros quizás hasta arrugados en gesto de dolor. Emoción con principio y final, como ocurre con las emociones. Sensibilidad limitada a las medidas de la pantalla y a la duración de la peli. Lo demuestra el hecho de que luego, alejados de la ensoñación romántica, si un juez, en pleno proceso de pandemia, decide que se le dé prisión domiciliaria a algunos presos (muchos de ellos con prisión preventiva desde hace años, o condenados por delitos leves, o porque están viejos), una multitud enardecida por lo infame de la decisión judicial, se pone de acuerdo para hacer estruendo con sus cacerolas en señal de repudio. Repudio porque, ¿cómo es que esos desgraciados (hdp dicen algunos, como si se tratara de una marca) a los que encima estamos manteniendo, reciben un beneficio, mientras nosotros seguimos pagando nuestros impuestos, trabajamos honradamente y, sobre todo, SOBRE TODO, nunca le hemos hecho mal a nadie? Si fuera una película, seguramente veríamos a uno o más de sus protagonistas, encarnando una historia bien humana, de esas que hacen latir tu corazón muy profundamente. Pero no es Netflix, Donde yo vivo, escuché anoche mucho más ruido de latas golpeadas con fervor que lo que he escuchado por aplausos a las nueve de la noche. Parece que la queja tiene más rating. Me entristece. Quizá sería más honesto admitir que uno se reacciona así porque en realidad tiene miedo. Creo que eso ofrecería un campo más apto para indagar y alcanzar alguna verdad.
No tengo argumentos para decir si la decisión del juez Violini es acertada o no. Como cualquier decisión tomada por cualquier persona, es discutible. No obstante, la reacción tan inmediata de tanta gente me estremece.
En una circunstancia como ésta, mi mente se siente acosada por ese tremendo sustantivo, no casualmente calificado como abstracto: justicia. Con qué frecuencia brota de nuestros labios el trino verbal "No es justo" y me quedo pensando en las veces que yo misma he tenido esa sensación y en las veces que lo he escuchado. Me quedo pensando en lo relativo de cualquier afirmación y en la historia que hay detrás. La historia de cada persona que lo dice, la historia de cada persona que delinque, la historia de cada persona que se siente ultrajada por las decisiones ajenas, la historia de cada persona que no quiere ver sus propias corrupciones, la historia de cada persona que toma una decisión polémica, la historia de cada persona que calla y la de cada persona que habla. La historia sin fin.
¿Cómo se hace cuando ese sustantivo abstracto se convierte en concreto y es imposible que complazca a todo el mundo?
Claudia M. Monasterio
- Se trata de una resolución en la que se ordenó que mientras dure la pandemia se le otorgue el arresto domiciliario a los presos que son grupo de riesgo y que están detenidos por delitos leves y que se analice la situación de otros internos.
- .....por el hacinamiento no hay aislamiento posible que se pueda aplicar como medida de sanidad
.- .... quienes tengan condenas firmes que se vencen en el transcurso del año y quienes con condena firme tengan penas que no superen los años años de prisión y que durante el 2020 cumplieron o lo hagan con el requisito de acceder a la libertad condicional
- Los presos en situación de riesgo ante el coronavirus -que son mujeres embarazadas y con niñas/os, personas mayores de 60 años y con enfermedades graves como las oncológicas, pulmonares, tuberculosis, diabetes y HIV- son 2.300, según un primer listado que aportó el Ministerio de Justicia de la provincia.
De la incoherencia a la cohesión: el año del lavarropas
Motivada por algunos hechos, me encontré un día pensando que la impunidad, sostenida en el tiempo, hace que la humanidad se estanque, simple...

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Los gobiernos se han ocupado de cuidarnos del virus, algunos con más eficiencia que otros. Me pregunto: ¿Seremos lo suficientemente sabios p...
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Según dice por ahí, dijo Alejandro Jodorowsky: “ El ave que nace en jaula cree que volar es una enfermedad”. Y hoy se me da ...