viernes, 18 de diciembre de 2020

El señor de la calesita

Una tarde, bastante cálida, preparé el equipo de mate y me dirigí con entusiasmo a mi jardín adoptado: la plaza que tengo a dos cuadras. Era día feriado y de a poco el lugar se fue poblando de otros que, como yo, iban en busca de aire y arbolitos. De pronto, ¡la novedad! ¡La calesita volvía a funcionar! Qué deleite ver al señor que la administra desde hace quién sabe cuántos años, corriendo las cortinas que la mantuvieron escondida durante meses y quitando las cubiertas que tapaban los juegos, esos que se agitan cuando les colocás una ficha, como si la ficha les otorgara vida. Pienso en Gepetto y Pinocho. ¿Será este hombre un émulo de Gepetto? Mmmm, no sé, nunca me inspiró mucha simpatía, por así decirlo, y no sólo porque en una ocasión me sacó carpiendo del caballito que había elegido con la excusa de acompañar a Antonia (que no necesitaba compañía).

(En la plaza. Año 2017) 


 ¿Y qué habrá estado haciendo este señor todos estos meses? ¿Habrá extrañado su actividad cotidiana?  Fue entonces cuando mi imaginación, como siempre, se presentó sin pedir permiso. 

Ahí estaban, fueron mostrándose, caballos, autos, perritos, algún dragón, un león. También las imágenes estampadas en los paneles que cubren la maquinaria. Peter Pan, Mickey, Dumbo.... ¿Quién dijo que estos cuerpos de madera  y algún otro material pasaron largos meses de aburrimiento ahí adentro? ¿A quién se le ocurrió insinuar que la soledad pudo haber mantenido a estos personajes prisioneros de la nostalgia? ¡Nada más equivocado, señores y señoras! ¡No se imaginan la fiesta que hemos vivido aquí! Casi como si nos hubieran enviado al espacio en una cápsula... Al principio, nos miramos los unos a los otros extrañados. Sí, los primeros momentos nos sentimos desorientados; incluso nos mirábamos con una cierta desconfianza, pero después.... después .... ¡no pueden imaginarse lo que vino después! Un festival de magia y risa. Un desfile de sorpresas fueron  llegando a nosotros en carrozas de color oro y rubí. Hadas resplandecientes nos susurraron secretos en el alma haciendo que nuestros ojos se abrieran a más no poder de tanta admiración. Los mensajes nos fueron cautivando, en tanto el espacio habitado se tornaba cada vez más sutil, como una gasa transparente. Y claro, luego no queríamos regresar. ¡Que nunca volvieran a hacernos girar y girar hasta marearnos! ¿Para qué, si nos encontrábamos tan bien allí ahora?  Una vez más, como al comienzo, volvimos a mirarnos los unos a los otros, extrañados, desorientados,  desconcertados, inquietos por lo que vendría. Y el día tan temido llegó. Sin embargo, cuando la cortina se corrió y la primera vuelta apenas dio el primer envión, lo entendimos todo, recordamos los mensajes susurrados y fue allí que se nos presentó el sentido de cada una de esas vueltas.


- ¿Y Gepetto? Digo.... ¿el viejo de la calesita?
- Ah, eso pregúntenle a la que escribe. 


¿El señor de la calesita? Pues, con esa mirada cascarrabias es quien le abre las puertas a la magia.


CLAUDIA M. MONASTERIO

 

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