La pandemia ya estaba instalada. La pandemia de deshumanización de la vida misma.
Quiero creer –
necesito creer- que este desrutinización de lo cotidiano nos está ayudando a "resetear" nuestro pensamiento, aunque
no nos demos cuenta, incluso si creemos no desearlo. Transformación esencial, urgente y necesaria. Si así no fuera (y no lo
creo), ¿qué sentido tendría todo este despliegue de mensajes, de buenos deseos,
de meditaciones, clases online, aplausos en la noche, además del expendio en
guantes, barbijos, lavandina y alcohol?
Nada
puede seguir siendo lo mismo después de la marejada que ha sacudido al mundo
entero. Las señales de que algo estaba pasando han estado allí todo el tiempo,
a diestra y siniestra, a lo largo y a lo ancho, desde hace años. El gigante se
viene desmoronando, cayendo a cachos, y no es por este supuesto virus. Me animo a
decir que hay un íntimo clamor en el alma de millones de seres humanos que
viene suplicando un poco de piedad, un alto en esta batalla por sobrevivir.
Hace años que veo al
gigante tambalear y cada vez que una parte de su estructura se convierte en
alud, lo veo manotear desenfrenadamente para no derrumbarse. El asunto es que su alud
arrastra a millones mientras el resto se relame.

La política no puede
seguir siendo un circo romano donde se arenga al público a desear la salvación
de unos y la condena de otros que terminarán siendo masticados por la fiera
hambrienta.
Los sistemas de salud
no pueden ser elitistas ni forzar a sus participantes a convertirse en
engranajes de un mecanismo que gira frenéticamente sin conciencia de que hay
allí un ser humano pidiendo ayuda.
Por momentos la película me muestra un conglomerado de desquiciados que día tras día aceptamos lo que no queremos, como si se nos hubiera doblegado la capacidad de
comprender, de levantar nuestra voz, de respetarnos y amarnos como los seres
que somos. Como si vivir fuera un regalito que amablemente nos dan quienes
gobiernan el mundo cuando levantan la mesa y reparten las migajas que quedaron
al costado de sus platos. ¡Y no me vengan con que otra cosa no se puede! ¡No me vengan con el cuentito de que no hay
plata! ESTO NO ES UNA CUESTIÓN DE DINERO.
¿Qué nos pasó? ¿En
qué momento mirar al otro dejó de ser mirarlo? ¿En qué momento el altar
mayor de muchos hogares pasó a ser la pantalla rectangular donde la crítica
y la sentencia despiadada se enseñan como forma de vida? Y, como frutilla del postre, el juicio apresurado, el fast-food mental. Un menú tóxico
para un orgasmo colectivo que mantiene en éxtasis anestésico a una
inmensa manada que disfruta interpretando un papel grotesco en la tragicomedia cotidiana,
en tanto un racimo de bienaventurados descubre otro camino y lucha
por él.
Una política sin
espiritualidad puede ser asesina o simplemente escasa.
Una atención médica
sin espiritualidad puede semejarse al trabajo del mecánico que repara automóviles.
Una economía sin
espiritualidad puede convertirse en la decisión del verdugo.
Una educación sin
espiritualidad atiende el lucro antes que la ternura.
Y cuando digo
espiritualidad no digo religión, no digo dogma, no digo creencias. Digo Agua, Tierra, Aire, Fuego. Totalidad.
Sueño con que el
contagio de miedo y sumisión inicie su cuenta regresiva hacia un punto cero
donde, algún día de algún tiempo, la vida sea vida porque hubo un pensamiento
que voló alto y se encontró con otros que volaban igual.
Claudia M. Monasterio
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