viernes, 10 de abril de 2020

De pandemia a integración


La pandemia ya estaba instalada. La pandemia de deshumanización de la vida misma.  

Quiero creer – necesito creer- que este desrutinización de lo cotidiano nos está ayudando a "resetear" nuestro pensamiento, aunque no nos demos cuenta, incluso si creemos no desearlo. Transformación esencial, urgente y necesaria. Si así no fuera (y no lo creo), ¿qué sentido tendría todo este despliegue de mensajes, de buenos deseos, de meditaciones, clases online, aplausos en la noche, además del expendio en guantes, barbijos, lavandina y alcohol?
 Nada puede seguir siendo lo mismo después de la marejada que ha sacudido al mundo entero. Las señales de que algo estaba pasando han estado allí todo el tiempo, a diestra y siniestra, a lo largo y a lo ancho, desde hace años. El gigante se viene desmoronando, cayendo a cachos, y no es por este supuesto virus. Me animo a decir que hay un íntimo clamor en el alma de millones de seres humanos que viene suplicando un poco de piedad, un alto en esta batalla por sobrevivir.
Hace años que veo al gigante tambalear y cada vez que una parte de su estructura se convierte en alud, lo veo manotear desenfrenadamente para no derrumbarse. El asunto es que su alud arrastra a millones mientras el resto se relame.

La economía ya no puede seguir siendo la misma mierda usurera que nos atraganta el desayuno (a quienes podemos comer), que nos hace correr como energúmenos para poder pagar las cuentas, la que se cobra deudas con infartos; tampoco puede ser la que motiva operaciones matemáticas para definir cifras de pobreza en el mundo.  En nombre de la economía no se puede decir que cuesta mucho dinero darle agua potable o agua corriente a una parte de la humanidad. ¡Es obsceno! En nombre de la libertad financiera no se puede admitir que millones de seres humanos vivan oprimidos por la miseria mientras otros no saben qué hacer con sus billetes. ¡Es perverso! ¿Cuánto puede costar enseñarle a cada ser humano a valerse por sus propios medios, a generar sus propios recursos, a reconocerse digno? Cuesta sólo una decisión. Benditos sean quienes aplican sus conocimientos y su bondad para que esto sea posible en muchas pequeñas partes del mundo.
La política no puede seguir siendo un circo romano donde se arenga al público a desear la salvación de unos y la condena de otros que terminarán siendo masticados por la fiera hambrienta.
Los sistemas de salud no pueden ser elitistas  ni forzar a sus participantes a convertirse en engranajes de un mecanismo que gira frenéticamente sin conciencia de que hay allí un ser humano pidiendo ayuda.  
Por momentos la película me muestra  un conglomerado de desquiciados que día tras día aceptamos lo que no queremos, como si se nos hubiera doblegado la capacidad de comprender, de levantar nuestra voz, de respetarnos y amarnos como los seres que somos. Como si vivir fuera un regalito que amablemente nos dan quienes gobiernan el mundo cuando levantan la mesa y reparten las migajas que quedaron al costado de sus platos. ¡Y no me vengan con que otra cosa no se puede! ¡No me vengan con el cuentito de que no hay plata! ESTO NO ES UNA CUESTIÓN DE DINERO.

¿Qué nos pasó? ¿En qué momento mirar al otro dejó de ser  mirarlo? ¿En qué momento el altar mayor de muchos hogares pasó a ser la pantalla rectangular donde la crítica y la sentencia despiadada se enseñan como forma de vida? Y, como frutilla del postre, el juicio apresurado, el  fast-food mental. Un menú tóxico para un  orgasmo colectivo que mantiene en éxtasis anestésico a una inmensa manada que disfruta interpretando un papel grotesco en la tragicomedia cotidiana, en tanto un racimo de bienaventurados descubre  otro camino y lucha por él.

Una política sin espiritualidad  puede ser asesina o simplemente escasa.

Una atención médica sin espiritualidad puede semejarse al trabajo del mecánico que repara automóviles.

Una economía sin espiritualidad puede convertirse en la decisión del verdugo.

Una educación sin espiritualidad atiende el lucro antes que la ternura.


Y cuando digo espiritualidad no digo religión, no digo dogma, no digo creencias. Digo Agua, Tierra, Aire, Fuego.  Totalidad.


Sueño con que el contagio de miedo y sumisión inicie su cuenta regresiva hacia un punto cero donde, algún día de algún tiempo, la vida sea vida porque hubo un pensamiento que voló alto y se encontró con otros que volaban igual.



Claudia M. Monasterio


No hay comentarios.:

Publicar un comentario

De la incoherencia a la cohesión: el año del lavarropas

Motivada por algunos hechos, me encontré un día pensando que la impunidad, sostenida en el tiempo, hace que la humanidad se estanque, simple...