lunes, 12 de octubre de 2020

MARCA REGISTRADA

Marca registrada  ... esas palabras que de tanto repetirlas van creando realidad y van siendo incorporadas en el inconsciente colectivo como una verdad absoluta.


Cuando todo nos pedía a gritos ir en busca de algo que nos acercara los unos a los otros, se nos impuso  alejarnos, desconfiar de cualquiera que te pase cerca y hasta de uno mismo. Lo patentaron como  distanciamiento social. Cuando todo nos suplicaba salirnos de la vieja estructura, se nos impusieron unas reglas que nos dejaron perplejos: protocolos. Cuando un inmenso racimo de brotes humanos se expande anunciando un mensaje de libertad interior (algo bastante difícil de alcanzar) se nos impone el tapabocas. Y no es casual que esto ocurra en este tiempo, en que una parte de la humanidad, en silencio o agitando palmas, manifiesta su clara disconformidad con una manera de vivir que de la vida nos recuerda poco. Un tiempo en que la conciencia individual se viene abriendo paso, con gran velocidad, hacia un pensar diferente. 

Oportunidad impecable ésta para incrementar esa conciencia y desde allí tomar nuevas decisiones. Oportunidad  para comprobar que podemos ejercer nuestra libertad interior aun cuando el fantasma del miedo se dispersa por todas partes. Libertad interior: ejercicio profundo, intenso, de extremada atención.

De un día para el otro, la comunicación personal fue desplazada por la virtual, propiedad de oligopolios en los cuales día a día mostramos y exponemos gran parte de nuestra existencia. Oportunidad ésta para defender y nutrir ese espacio que es sólo mío, que sólo yo conozco y a donde voy cada vez que se me da la gana, sin protocolo alguno.

Cuando ciertas voces me dicen qué puedo y qué no puedo hacer -qué me está permitido y qué no-, es el momento en que más aprovecho para mirarme en el espejo y decirme con honestidad dónde le estaba poniendo un freno a mi vida, dónde le estaba acortando las riendas a mi vuelo, dónde mis células se han arrinconado por temor a lo largo de años y años, quizá por memorias ancestrales que intentaron protegerme. 

Mientras pongo en duda este parate exterior, activo mi interior con determinación, en ocasiones sumergiéndome en el pozo más lleno de mierda que se me presenta, si es necesario, y grito mi verdad para ganarle a siglos de disfraces. Después me planto y miro de  frente con toda la valentía de que soy capaz, porque realmente quiero blandir la espada de la transformación y regresar con una mirada más limpia y serena.

Sin querer, me asalta esta pregunta: ¿Estarán los niños y niñas incorporando el miedo a abrazar a sus abuelos, y a su maestra un día?  ¿Se animarán a subir a un tobogán o a una hamaca después de haberlos visto durante meses encintados indicando zona peligrosa?

¿Y estaremos incorporando nosotros, los adultos, el mismo miedo? ¿Cómo reanudaremos la cotidianeidad después de habernos ido al sueño cada noche con el sonido de la palabra "distanciamiento" resonando en nuestras fibras más íntimas?  

       ¿Mirarnos de reojo, con suspicacia? ¿Más todavía? ¿Quién quiere eso? ¿Acaso no vivimos desde hace años en una guerra civil combatida a través de las redes sociales y de canales de Internet?  Basta detenerse unos minutos a leer los comentarios con que unos y otros pretenden derrotar las ideas ajenas. Uno de estos medios ha dado en llamar "muro" a ese espacio propio. ¡Ja, no podía ser más exacto! Cada uno detrás de su muro, con su historia, con sus noticias, en un reality que supera cualquier patético programa de televisión. ¿Y quién gana en esta batalla? Sin duda, no los combatientes. Ganan los que  promueven la antropofobia (miedo al ser humano). 

    Me digo entonces que, después de todo, quizá regresemos con más ganas de estar cerca, si en verdad lo que estamos suplicando, desde el fondo de los niños y niñas que aún nos habitan, es justamente proximidad..

Apenas empezó la cuarentena, cuando ni nos imaginábamos que se convertiría en una cuareterna -como le escuché decir a un médico-, dije que no me interesaba en lo más mínimo volver a la normalidad en la que vivíamos, porque esa normalidad era, en muchos aspectos, casi una distorsión del derecho a vivir. Sinceramente, espero que de esta enorme confusión emerja un pensar y un sentir renovados. Por mi parte, como no tengo el hábito de conformarme con lo que suelen decir las voces oficiales (vengan de donde vengan), elijo escuchar también otras campanas y cuando encuentro las que me resultan más afines tampoco las compro. Escucho y observo. Y voy sacando algunas conclusiones, temporarias, cambiantes, tratando de no aferrarme a nada, para no perder el ejercicio de reflexionar. Es que de tanto que hemos acatado sin cuestionar, se ha convertido el mundo en una masa de esclavos que se creen libres. Hoy, para mí, se trata de aprender qué es realmente eso de la  libertad aun cuando todo alrededor parece quitárnosla. Responder en lugar de reaccionar, tomarse tiempo para la contemplación, para el silencio.


Que no se nos olvide el abrazo, ni la voz propia. Que no se nos olvide la confianza, ni la risa, ni el canto. Que no se nos distraiga. Pensar más allá de lo coyuntural, cuestionar las propias ideas así como cuestionamos las de otros. Y ser honestos para admitir que acá no se trata de un partido político; se trata de un sistema que necesitamos transformar porque no podemos más con esto, y ese sistema lo hacemos uno más una, más vos, más yo, más todos..



"El más santo de todos los lugares de la tierra 
es aquel donde un viejo odio 
se ha convertido en un amor presente" (Un Curso de Milagros)

Claudia M. Monasterio


No hay comentarios.:

Publicar un comentario

De la incoherencia a la cohesión: el año del lavarropas

Motivada por algunos hechos, me encontré un día pensando que la impunidad, sostenida en el tiempo, hace que la humanidad se estanque, simple...